Por Edwin Martínez Leo
Aunque el sistema inmune integra los principales mecanismos de defensa del organismo para el combate de microorganismos, es también responsable del desarrollo de fenómenos inflamatorios, que además de frenar el crecimiento de microorganismos, son causa de lesiones locales y/o generales, siendo en ocasiones difícil de discernir entre los aspectos benéficos y perjudiciales.
La inflamación es la respuesta del tejido vivo vascularizado a la lesión. Puede ser causada por infecciones microbianas, agentes físicos o químicos, tejido necrótico o reacciones de tipo inmunitario. La lesión celular irreversible, se produce como consecuencia a un agotamiento de ATP, producto de la disfunción de la membrana mitocondrial, ocasionada por la agresión de los RL, lo cual da como resultado una isquemia que conlleva a procesos inflamatorios como consecuencia de un aumento de las citocinas proinflamatorias y moléculas de adhesión, agravando la lesión celular y conllevando a una necrosis celular. La respuesta inflamatoria genera una gran acumulación de células inmunitarias en el foco infeccioso. Estos proliferan y secretan al medio extracelular moléculas como IL-2, IL-4, IFN- g y diversos factores quimiotácticos, que inducen el reclutamiento y activación de neutrófilos, macrófagos y linfocitos, quienes a su vez, liberan al medio derivados de oxígeno altamente reactivos, lisozimas, prostaglandinas, leucotrienos y citocinas, como TNF-a, IL-1 e IL12, que amplifican la respuesta inflamatoria, con un especial potencial lesivo de los tejidos circundantes. Dado su potencial lesivo, el organismo ha desarrollado mecanismos para minimizar el riesgo de daños durante las reacciones inflamatorias, como, por ejemplo, el estrecho control de los sistemas productores de ERO de las células fagocíticas. Sin embargo, la protección no es absoluta, y en ocasiones se producen algunos fenómenos inflamatorios que son el origen de numerosos patologías.
Ejemplo de estas patologías con origen inflamatorio son las enfermedades cardiovasculares, la enfermedad arterial coronaria, cerebral y periférica, el asma, la enfermedad de Crohn, la colitis ulcerosa, la resistencia a la insulina y diabetes, la obesidad, la artritis reumatoide, entre otras.