MARACUYA – FRUTA DE LA PASIÓN Conocida como la fruta de la pasión, el maracuyá es un fruto con grandes cualidades medicinales, que también actúa en nuestro organismo como el mejor de los energizantes, además de ser un efectivo adelgazante natural. Su exquisito sabor, equilibrio perfecto entre lo dulce y lo ácido, no solo engríe a nuestro paladar, también calma angustias y dolores a más de uno. Aunque pocos o casi nadie lo conocen por su nombre científico, Passiflora Edulis, el maracuyá, fruto de origen amazónico, fue descubierto en el Perú hace más de cuatro siglos, en 1569, por un médico español de apellido Monardes, quien escribió y documentó sobre el uso que daban los indígenas al fruto y a la planta, propagando así este conocimiento al viejo mundo. Para cuando este fruto comenzó a ser recién conocido en el mundo, ya era ampliamente empleado en la cocina peruana… mucho antes de la llegada del español. Algunos dicen que era el ingrediente que sustituía al limón en la preparación de uno de los platos bandera de los peruanos: el sebiche. Aunque su uso no se reducía al de simple ingrediente culinario, ya que sus propiedades medicinales ya eran bastantes conocidas. Llamado también fruta pasionaria o fruto de la pasión, el maracuyá pertenece a la familia de las pasifloráceas, plantas trepadoras originarias de Centroamérica. Y crece principalmente en Brasil, Perú, Venezuela, Colombia y el resto de los países del trópico americano. Aunque también se cultiva en países africanos como Kenia, Costa de Marfil y el África del Sur, así como también en la lejana Oceanía, en Australia. Aunque la palabra maracuyá proviene del guaraní Mburukujá que significa “criadero de moscas”, debido a la dulzura de su néctar, atractivo a la hora del desove de estos insectos, el sobrenombre de “fruta de la pasión” que recae sobre él tiene su origen en dos mitos.
El primero, cuenta que Mburukujá era una joven doncella hija de un capitán español que había llegado a tierras guaraníes para enamorarse de esa tierra… y de un aborigen guaraní. En medio de su pasión, cuenta la leyenda, la joven se entera que su familia planeaba casarla con un joven militar español. Ante esto, ruega ella a que no le obliguen a unirse con quien no amaba. Confiesa entonces que mantiene una secreta relación con un guaraní, quien todas las noches entona una dulce melodía con su flauta en el jardín en el lugar donde ella vivía, embriagándola con su música… Un día, prosigue el relato, Mburukujá dejó de escuchar la dulce melodía de su amado. En lugar del joven guaraní, acude a la cita una mujer, guaraní como su amado, quien le cuenta a la doncella la manera en que su hijo había sido asesinado por el ejército de su padre, quien sabía también del romance. Y sin duda deseaba su muerte. La joven pide entonces a la madre de su amado que le muestre el lugar donde yacía este. Una vez allí, cava la fosa con sus propias manos y pide a la mujer, antes de clavarse una flecha en el pecho, que la cubra con tierra, pues quería descansar eternamente junto a su ser amado. Desde entonces, dice la leyenda, los aborígenes de la zona advierte unas extrañas flores que brotaban de las plumas de la flecha con la que Mburukujá acabó con su vida: una flor que la leyenda bautizó como la pasionaria.