Por Edwin Martínez Leo
Actualmente existe en el mercado un amplia gama de alimentos que se dicen saludables o funcionales. Podemos encontrar en diversos supermercados “pasillos de salud” con productos para el paciente con diabetes, hipertensión, hipercolesterolemia o cualquier otra enfermedad y que estos productos “milagro” promete solucionar y poner fin; sin embargo, un alimento funcional va más allá de una simple solución o un simple consumo. En su desesperación los consumidores están cada vez más conscientes de su autocuidado y buscan en el mercado aquellos productos que contribuyan a su salud y bienestar. Siguiendo esta tendencia, el consumidor está recibiendo abundante información acerca de las propiedades “saludables” de los alimentos, en especial de aquellos alimentos que ejercen una acción beneficiosa sobre algunos procesos fisiológicos y/o reducen el riesgo de padecer una enfermedad.
El término Alimento Funcional fue propuesto por primera vez en Japón en la década de los 80’s con la publicación de la reglamentación para los “Alimentos para uso específico de salud” (“Foods for specified health use” o FOSHU) y que se refiere a aquellos alimentos procesados los cuales contienen ingredientes que desempeñan una función específica en las funciones fisiológicas del organismo humano, más allá de su contenido nutrimental. Los alimentos funcionales son alimentos con la característica particular de que algunos de sus componentes afectan funciones del organismo de manera específica y positiva, promoviendo un efecto fisiológico o psicológico más allá de su valor nutritivo tradicional. Su efecto adicional puede ser su contribución a la mantención de la salud y bienestar o a la disminución del riesgo de enfermar. Cabe señalar que el calificativo de funcional se relaciona con el concepto bromatológico de “propiedad funcional”, o sea la característica de un alimento, en virtud de sus componentes químicos y de los sistemas fisicoquímicos de su entorno, sin referencia a su valor nutritivo.
El Consejo de Nutrición y Alimentación de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos define los alimentos funcionales como alimentos modificados o que contengan un ingrediente que demuestre una acción que incremente el bienestar del individuo o disminuya los riesgos de enfermedades, más allá de la función tradicional de los nutrimentos que contiene. Es importante que el consumidor este informado adecuadamente de los componentes de este producto y no basar su alimentación “exclusivamente” en el consumo de un solo alimento, únicamente por llamarse funcional. Ciertamente para que las sustancias químicas bioactivas presentes en el alimento pudieran tener un efecto benéfico en la persona, este debe ser consumido en una cantidad, tiempo y modo determinado, por lo cual debe siempre la recomendación ir acompañada de su nutriólogo, quién es el profesional experto en el área y quién podrá guiarle en la correcta incorporación de estos alimentos funcionales a su dieta habitual.
Otra duda que ha surgido en el consumo de alimentos funcionales y el costo de esto. Ciertamente un alimento funcional es más costoso que uno comercial o habitual; sin embargo, un alimento funcional no necesariamente debe ser un producto comercial, existen en nuestra dieta, diversos alimentos con amplias propiedades demostradas a la salud, es sólo incorporarlos y combinarlos correctamente a nuestra dieta, por ello, acudir con el nutriólogo nos permitirá abrir un abanico de posibilidades hacia el uso de los alimentos funcionales.