Nutrición en la edad escolar El periodo escolar comienza a los seis años, momento en el que el niño inicia la escuela, y termina con la aparición de los caracteres sexuales secundarios (comienzo de la pubertad), que por lo general ocurre sobre los 12 años. No obstante, hay que tener en cuenta que la edad de este momento puede variar en cada niño, bien por largarse la etapa prepuberal o por las diferencias en el desarrollo que existen entre los niños y niñas.
La pubertad es un proceso biológico que no está sujeto a la cronología. Este periodo finaliza entre los 10-12 años para las niñas y 12-14 años para los niños. Por otra parte, tanto el periodo escolar como el preescolar (de tres a cinco años) corresponden a la llamada etapa de crecimiento estable, en la que las necesidades de crecimiento son menores que en las etapas anterior y posterior. Se caracteriza por una gradual desaceleración del ritmo de crecimiento lineal, aunque éste se mantiene regular y sostenido, así como una aceleración de la curva de peso. Esta etapa de la vida se caracteriza por que el niño presenta un crecimiento más regular y mantenido, con una desaceleración evidente del mismo antes del estirón puberal que, en las niñas ocurre entre los 8-10 años y en los niños hacia los 10-12 años. Al mismo tiempo, en contraposición con la etapa previa, existe un aumento espontáneo del apetito que con frecuencia es cla causa de una obesidad exógena o nutricional, al igual que la disminución de la actividad física, favorecida por la televisión y los juegos de ordenador.
En la etapa preescolar el niño ya ha adquirido la base de sus hábitos en lo que hace referencia a los factores sociales y ambientales, y queda influido por los hábitos y costumbres de la cultura que le rodea. Por eso es una etapa especialmente importante para que aprenda a desarrollar unos hábitos alimenticios saludables. Si todo esto se ha iniciado ya en la etapa preescolar, ahora toca mantener estos hábitos y reforzarlos. Entre los 6 y los 12 años el niño empieza a ser más regular en cuanto a la cantidad de comida ingerida y ya no se aprecia tanta variabilidad la ingesta energética como sucede con el niño preescolar. Esta misma variabilidad se observa también entre un niño y otro, aunque de manera menos acentuada que en el periodo preescolar. Es muy importante mantener la regularidad de las comidas, intentando, si ello es posible, que los niños coman con los padres o con el resto de los compañeros, si lo hace en el colegio. Así, se deberá intentar mantener el ritmo de cuatro o, aun mejor, cinco comidas al día: desayuno, media mañana (según el horario de las comidas), comida, merienda y cena. Muchas veces resulta inevitable el consumo de tentempiés o chucherías entre las comidas, pero hay que intentar que ocurra lo mínimo posible. Durante la época escolar el consumo de snacks o picoteo aumenta de forma considerable, ya que el niño tiene mayor autonomía y es capaz de comprarse chucherías u obtener snacks en su propia casa. Ante todo, siempre hay que evitar que consuma estos alimentos viendo la televisión, por lo que es recomendable limitar a una hora o, como muchodos, el tiempo que el niño pasa diariamente ante el televisor, ya que además del consumo de alimentos basura, favorece el sedentarismo; y ambos factores promueven la obesidad y la hipercolesterolemia.
Por otra parte, los padres deben comenzar a hacer énfasis en los efectos negativos del alcohol, la nicotina y otras drogas, y lo positivo de la actividad física. La introducción temprana en el deporte, realizado de forma regular, puede influir de forma positiva en la alimentación. Las múltiples encuestas realizadas sobre la alimentación del niño en este periodo revelan una serie de errores comunes. El más frecuente es un inadecuado reparto energético durante la jornada, con desayunos hipocalóricos que se hacen de forma rápida y sin compañía de los familiares, por lo que suele ser escaso y deficiente. Existe una correlación positiva entre el mayor consumo energético en el desayuno y un mejor rendimiento escolar. Otro error importante es el consumo elevado de ácidos grasos saturados, sal y colesterol vehiculizado por la ingesta excesiva de bollería industrial, frituras y carnes precocinadas.